La pasada semana regresamos de la 63 edición del Festival de Cine de San Sebastián donde participamos en el mercado que se celebra en paralelo. Se trata de un foro donde productores ofrecen a distribuidores y cadenas de televisión sus últimas producciones. Allí se decide buena parte de lo que veremos en salas y televisiones próximamente. Percibimos un discurso posesivo sobre la audiencia en boca de buena parte de los compradores televisivos a los que los productores ofrecían embarcarse en coproducción:
«Aunque me encanta, mi audiencia no entenderá tu documental»
«A nuestro público no le interesa esta temática»
«Desgraciadamente, mi canal no está apostando aun por este tipo de formato»
Estas afirmaciones nos generaban preguntas sobre la «pertenencia» de la audiencia. ¿Cómo de flexible es un público ante propuestas diferentes de un mismo canal? ¿Es negativo que la televisión confronte nuestras opiniones y creencias con ideas, temáticas y gustos estéticos diferentes a los «propios»? Desde una perspectiva creativa, creemos que situarnos más allá de nuestro marco de seguridad y conocimiento es un fin al que deberían aspirar buena parte de los documentales que producimos.
Entre los grandes distribuidores y exhibidores hay una tendencia comercial en primar la homogeneización e infantilización de la audiencia. Esto se justifica en una mayor rentabilidad. Este pulso se centra en simplificar los discursos narrativos y temáticos para abrazar un público no solo joven, sino juvenil. Esta tendencia pone en jaque a aquellas producciones originales en temáticas y lenguajes que invitan a la audiencia a una permeabilidad hacia lo diferente y lo complejo. De igual manera, impide una actitud activa y crítica de la obra audiovisual.
Como productora, someternos a las presiones uniformadoras sería un fracaso para un lenguaje con tanto poder inspirador, introspectivo y crítico como el audiovisual.
No podemos desestimar la flexibilidad del público. Numerosos exhibidores, distribuidores y televisiones lo han moldeado a su gusto y han pretendido representar los deseos del público. Pero lo que realmente defendían era sus propios intereses y miedos.
Estamos convencidos de la elasticidad mental del espectador a lenguajes y planteamientos radicalmente diferentes a los contemporáneos. El cambio y la innovación en las aproximaciones estilísticas no es algo nuevo, se ha hecho siempre. Pero nunca ha sido tan fiera la exigencia comercial, especialmente entre las generaciones jóvenes.
Las televisiones públicas y los cines están asistiendo a su propio funeral desde el momento en que muchas cadenas de televisión omiten las nuevas tendencias de un público vasto, disgregado y exigente. Se centran en salvaguardar sus cotas de audiencia entre un público cada vez más mayor y vago. Desprecian la inteligencia y parecen haber olvidado la creatividad y la frescura. Es urgente que las televisiones se permeabilicen a nuevos líderes de comunicación. Es necesario que integren la multiplicidad de discursos y estéticas sin pedir permiso al audímetro.