El Anuario de Estadísticas Culturales señala que el gasto de la población balear en cultura está por encima de la media española. Sin embargo, sitúa las Baleares como la comunidad autónoma con menor inversión pública en cultura. ¿A qué responde esta mediocre inversión pública en una comunidad comparativamente rica?
En la Viena de principios de siglo XX, la clase política gozaba asistiendo al teatro, a conciertos, o consumiendo toda clase de literatura, y su ejemplo alentaba a la población a interesarse y enriquecerse de la experiencia cultural. Hoy, la clase política española maneja un lenguaje rico en términos económicos pero no brilla precisamente por su formación cultural, lo cual se percibe en su incomodidad cuando participan en actos culturales.
Desde el desconocimiento, es improbable respaldar ideológicamente algo, en apariencia inútil, como la cultura, y esta ignorancia conecta con lo datos arrojados por el Anuario de Estadísticas Culturales. La cultura nos enriquece personalmente: nos abre la mente a una mirada diferente, desarrolla nuestra sensibilidad, nos cohesiona como sociedad y nos ayuda a integrarnos. Desde un razonamiento puramente práctico existe un claro vínculo entre cultura, creatividad e innovación, que favorece sin duda el progreso económico y social. Por ello los artistas y creadores han ayudado y ayudan a las empresas e instituciones a abordar, desde la innovación y la creatividad, los retos que plantea una sociedad cambiante como la nuestra.
Hasta ahora, en Baleares, la justificación política para apoyar la cultura no han sido precisamente social, sino en gran medida económica. Vincular la cultura con el turismo ha sido la puerta principal de financiación de la cultura balear, un planteamiento que encierra una visión subsidiaria de la cultura, que la concibe desde la practicidad y sustento del turismo, produciendo, como consecuencia, una cultura utilitarista, orientada al exterior pero alejada de la sensibilidad local.
La cultura está viva, se propaga libre e íntimamente, desobedeciendo las pretensiones inmediatas que la clase política diseña cada cuatro años. Su naturaleza no es necesariamente mercantilista, ni rentable, y por ello necesita apoyo: con un IVA asumible, medidas de protección, incentivos fiscales, espacios de creación y exhibición, educación en las escuelas y ayudas a la creación.
¿Es posible entonces un pacto de las fuerzas políticas que garantice la sostenibilidad de la cultura? Lo desconocemos, pero está claro que, de no hacerlo, perderemos una oportunidad irrepetible de corregir la tendencia deshumanizadora a la que como sociedad nos dirigimos.
Como productora audiovisual percibimos de cerca ese miedo a la cultura y en lo que nos toca más de cerca, nuestra televisión pública –reflejo de quienes somos y quienes deseamos ser– cuesta entender como no se ha emitido, en su década de existencia, un solo programa puramente cultural. Hasta hoy la gastronomía es el único alimento “cultural” que la televisión balear nos ofrece regularmente. La nueva dirección que asume estos días las riendas de IB3, debería corregir el error histórico y aprovechar el potencial de la televisión como conector entre cultura y sociedad, antes de que sea demasiado tarde. Hemos de repensar cuales son nuestros pilares socioculturales y reformular, sin miedo, el actual modelo televisivo de distracción y sedación de la población, y sobre todo, que sepa concretarse en una parrilla televisiva sostenible, moderna y plural.
Solo salvaguardando y potenciando la existencia de esta cultura, se garantiza la oportunidad de que existan ideas que nos inspiren social y personalmente, y protejan nuestra diferenciación y cohesión más allá del pensamiento único uniformador.